No estás roto
No cambiamos emociones, cambiamos hábitos.
6/11/20253 min leer
Antes que todo, quiero responder a una pregunta que yo misma me hice durante años de atracones y compensaciones:
¿Estoy rota?
La respuesta es no. No estás roto(a). Todo lo contrario.
Tu cuerpo está funcionando exactamente como debe. Déjame explicarte.
Viajemos un momento hacia atrás, a los comienzos del ser humano. Cuando teníamos que cazar para conseguir alimento, cuando dependíamos por completo de nuestros instintos para sobrevivir.
Imagínalo: cazar, recolectar o cultivar en aquella época debía ser un trabajo durísimo. ¿Crees que nuestros ancestros se habrían tomado la molestia de buscar comida si el hambre no fuese una sensación tan incómoda como la de un atracón?
Claro que no. Esa incomodidad era una herramienta de supervivencia.
Ahora, imagina que durante días no encontraban alimento. El cuerpo, desesperado, activaba su plan de emergencia: el instinto del atracón.
Esa señal poderosa que conoces tan bien, esa que no te deja pensar en nada más que en comer, no es un defecto. Es la forma en que tu cuerpo se asegura de que sobrevivas.
Tu mente puede ser fuerte, tu fuerza de voluntad enorme, pero ningún pensamiento racional puede vencer un instinto biológico diseñado para mantenerte con vida. Por eso, incluso cuando sabes que te dolerá, comes hasta que respirar cuesta. No por debilidad, sino por supervivencia.
Veámoslo desde otro ejemplo, más sencillo: la respiración.
Haz el experimento: intenta aguantar la respiración por tres minutos.
(Sí, mucho tiempo, pero intenta al menos imaginarlo).
¿Qué sientes?
Quizás los primeros 10 o 15 segundos estés bien.
A los 30, tu mente empieza a enfocarse solo en una cosa: respirar.
Al minuto, tu cuerpo grita: “¡Respira!”, con más y más intensidad, hasta que cedes.
Y cuando por fin inhalas, ¿cómo es esa respiración?
¿Suave, tranquila? No. Es una inhalación profunda, ruidosa, intensa, casi desesperada, como si cada célula gritara de alivio.
Eso, literalmente, es un atracón de aire.
Ahora piensa:
Si no te hubieras privado del aire en primer lugar, ¿habrías sentido esa necesidad tan fuerte de respirar así?
Probablemente no.
Entonces, ¿qué crees que provoca tus atracones de comida?
Exacto: la privación.
Tal vez fue una dieta. Tal vez decidiste “portarte bien” y evitar ciertos alimentos. Tal vez saltaste comidas, o ignoraste el hambre porque “no deberías tenerla”.
Hay mil maneras de empezar a privarse, y la verdad, no importa cuál fue la tuya. Lo importante es que entender esto nos da una pista sobre cómo empezar a sanar.
Puedes pensar: “Ya, pero muchas personas hacen dieta y no les pasa esto.”
Tienes razón. La mayoría, al sentir hambre durante un par de días, se rinde y vuelve a comer. O, tras vivir su primer atracón, se asustan tanto que abandonan.
Tú no.
Tú seguiste.
Porque tienes una fuerza de voluntad enorme.
Aguantaste el hambre una semana, luego otra. Sobreviviste a los atracones y, en lugar de rendirte, te dijiste: “Fue solo un contratiempo. Mañana lo haré mejor. Esta vez sí lograré mantener la dieta.”
Y así, poco a poco, el ciclo se repitió. Días, semanas, meses… tal vez años.
Tu relación con el atracón fue cambiando, creciendo, hasta transformarse, en algunos casos, en una verdadera dependencia (de eso hablaremos más adelante).
Pero todo esto no significa que estés roto(a).
Significa que eres increíblemente fuerte.
Solo que, sin saberlo, esa fuerza la estabas usando para luchar contra tus propios instintos.
La buena noticia es que no necesitas luchar más.
No necesitas pelear contra tu cuerpo para liberarte de la bulimia.
Y aunque probablemente no sea lo que quieres escuchar, la realidad es simple:
Para dejar de atracarte, primero hay que comer.
Comer lo suficiente. Comer sin miedo. Comer sin castigo.
Porque la recuperación no empieza con control, sino con confianza: en tu cuerpo, en su sabiduría, y en la certeza de que nunca estuviste roto(a).
Ahora quizá pienses:
“Pero yo no estoy a dieta. Como normal. Mis atracones dependen de mis emociones. No tienen nada que ver con la comida.”
Y entiendo perfectamente por qué lo piensas.
Si buscas en internet “qué es la bulimia”, la mayoría de los resultados dicen que es una enfermedad mental grave, asociada a la depresión, la ansiedad o los traumas emocionales.
Recuerdo haber hecho esas mismas búsquedas y sentirme cada vez peor.
Si antes ya me sentía sin esperanza, después de leer todo eso me sentía completamente perdida, como si algo en mí estuviera roto sin remedio.
Es cierto que las emociones influyen. Todo el mundo siente tristeza, frustración o estrés. Pero no todo el mundo recurre a un atracón cuando se siente mal.
Entonces, ¿qué pasa?
Puede que lleves tanto tiempo conviviendo con la bulimia que se haya convertido en tu manera automática de no sentir, de evitar tanto las emociones negativas como las positivas.
Por eso, antes de trabajar la parte emocional, hay que empezar por lo más básico: reconectar con el instinto de supervivencia.
Primero hay que ayudar al cuerpo a sentirse seguro, alimentado y fuera del modo de emergencia.
Solo entonces quedarán los atracones “emocionales”, los de hábito, por resolver.
