De la lucha al equilibrio
Tu cuerpo no está fallando: está intentando sobrevivir. Dale una oportunidad de demostrarte que puede cuidarte si tú empiezas a cuidarlo.
5/8/20243 min leer
La razón por la que casi todos empezamos dietas absurdas es la misma: el miedo a ganar peso o las ganas desesperadas de perderlo.
Vivimos en una sociedad que nos repite, una y otra vez, que si no nos vemos como las “personas felices” de las redes sociales, jamás seremos felices.
Pero déjame decirte algo: he pasado por muchos pesos, tallas y formas, y puedo asegurarte que no es tu peso lo que te define, ni lo que determinará tu felicidad.
Por eso, por ahora, te propongo algo: olvídate de la balanza.
O mejor aún, tírala por la ventana (simbólicamente… o no).
No solo es una herramienta poco fiable, sino que además alimenta la desconfianza hacia tu propio cuerpo.
Cuando empieces a comer de nuevo, sobre todo si vuelves a incluir carbohidratos, es completamente normal que subas un poco de peso.
La mayor parte será agua, porque tu cuerpo necesita retenerla para digerir los carbohidratos. Ese peso sube y baja fácilmente, pero si te pesas a diario, lo único que lograrás es asustarte y volver a restringirte justo cuando más necesitas nutrirte.
Si además has sido de las personas que vomitan, es muy probable que estés crónicamente deshidratada.
Y cuando dejes de vomitar, recuperarás agua, sales minerales y energía que tu cuerpo necesitaba.
Eso no es “engordar”: eso es sanar.
Quiero tranquilizarte con algo importante:
La mayoría de las personas que se recuperan de la bulimia no experimentan grandes fluctuaciones de peso.
Si antes estabas bajo peso, probablemente ganarás un poco hasta alcanzar un punto saludable, donde tu cuerpo funcione mejor.
Si estabas por encima de tu peso natural, poco a poco volverás al equilibrio que tu cuerpo elija como su “zona segura”.
En mi caso, comencé el proceso convencida de que estaba “gorda” y de que recuperarme me haría adelgazar.
El primer mes gané unos tres kilos.
Al principio me asusté, pero luego entendí lo que pasaba: era agua, energía, vida volviendo a mí.
Al tercer mes ese peso se estabilizó, y ahora peso lo mismo que antes de empezar… solo que sin atracones, sin culpa, y con una relación completamente distinta con la comida y con mi cuerpo.
Hoy mis músculos funcionan mejor, duermo bien, tengo energía, mi humor es más estable, y sobre todo, ya no vivo con hambre ni miedo.
Antes tenía más miedo de ganar peso que ganas de curarme.
Ahora lo pienso y digo: si para sentirme así tuviera que haber ganado diez kilos, los habría ganado feliz.
Porque lo que gané fue algo mucho más grande: vida.
Entendiendo la cultura de la dieta
Por si lo necesitas escuchar (una vez más): las dietas no funcionan.
Si estás leyendo este libro, probablemente has probado más de una.
Pregúntate:
¿Cuántas te funcionaron realmente?
¿Y cuántas lograste mantener a largo plazo?
Seguramente la respuesta sea ninguna.
La cultura de la dieta nos ha hecho creer que el cuerpo debe ser controlado, cuando en realidad, el cuerpo ya sabe lo que necesita.
Sabe cuándo tiene hambre, cuándo está saciado, cuándo necesita moverse o descansar.
Pero después de tanto tiempo ignorando sus señales (restringiendo, forzando, castigando), el cuerpo ya no confía en ti.
Y ahora es momento de reconstruir esa confianza.
Por otro lado, tu cuerpo, que es increíblemente inteligente, tiene sus propias estrategias de supervivencia. Si no recibe la energía (las calorías) que necesita para funcionar cada día, hará todo lo posible por adaptarse y ahorrar energía, reduciendo tu metabolismo basal.
En otras palabras, tu cuerpo aprende a vivir con menos, y eso significa que terminas quemando menos calorías que antes. Paradójicamente, esto hace que bajar de peso sea aún más difícil, aunque estés comiendo menos.
Además, cuando el cuerpo no recibe suficiente energía, muchos procesos biológicos se ven afectados. En mi caso, por ejemplo, mis ciclos menstruales eran completamente irregulares. Podían pasar meses sin que me llegara la regla, y yo pensaba que simplemente “era así”. Pero no lo era.
Una vez que empecé a comer lo suficiente, mi cuerpo se reguló poco a poco. Recuperé mi ciclo menstrual y entendí que no estaba rota: solo estaba hambrienta.
Otro cambio que me sorprendió positivamente fue el de mi pelo. Había empezado a caérseme muchísimo cuando no comía lo suficiente. Durante mucho tiempo pensé que era por la edad o por usar gorros y cascos, pero no: era mi cuerpo intentando ahorrar energía.
Desde que volví a comer, mi pelo comenzó a crecer de nuevo, poco a poco, hasta recuperar casi la misma cantidad que tenía cuando era más joven.
Debo admitir que me sentía un poco rara con esos mini pelitos nuevos que rodeaban mi cabeza, pero también eran una señal hermosa de que mi cuerpo estaba volviendo a la vida.
Espero que pronto puedas ver (y sentir) los tuyos también.
